lunes, 4 de noviembre de 2013

El Haya del Pinzón


Hace unas semanas que ha terminado la berrea, el Otoño está en pleno apogeo y
las lluvias han desencadenado otros fenómenos que nos ofrece la madre naturaleza en esta estación.


Por un lado las setas nacen por todos los sitios, y durante unas semanas adornarán prados, bosques y casi todo tipo de terrenos.  


Pero hay otra cosa que no debemos de dejar pasar los amantes de la naturaleza en estos días, se trata de disfrutar observando el aspecto del campo antes de "la caída de la hoja". Durante dos o tres semanas en las que los árboles preparan para su ”reposo invernal", los bosques se vestirán con toda una gama de colores que van desde los amarillos a los rojos pasando por toda la gama de ocres, todo ello salpicado por las manchas verdes de los árboles que tienen hoja perenne.


Para disfrutar de estas vistas e intentar plasmarlas con nuestras cámaras de fotos, hemos preparado una visita a la zona de Puebla de Lillo. Nos encontramos por tanto en la Cordillera Cantábrica, aquí los hayedos, robledales, pinares y acebales salpicados de serbales, de fresnos, chopos, y todo tipo de vegetación de ribera en el fondo de los valles, nos brindan un paisaje de lo más llamativo en el que los ocres de los hayedos contrastan con el verde oscuro y brillante de los acebos y los pinos, el rojo de los frutos de los serbales, el amarillo de fresnos y chopos………..en fin, toda una combinación de colores que hace que las vistas sean espectaculares. 

Ya hemos pasado Cofiñal, y hacemos una parada en los Forfogones para ver la cascada que tiene el acceso más fácil  y comprobar si la familia de Amanitas muscarias que suele nacer al lado del río ha brotado este año.


Vimos que la cascada está fuerte debido a las lluvias de los últimos días, pero las Amanitas no estaban, solo quedaba algún resto, así que seguramente hayamos llegado tarde y ya se han marchitado, lo que es una pena pues otros años nos permitían sacar fotos como ésta.


Retomado el camino pasamos el puente de los Hitos dejando a la derecha el pinar, ese tesoro de nuestra montaña que desde hace siglos y a pesar de los humanos ha conseguido conservarse en toda su plenitud.


Un poco más adelante llegamos al valle del Pinzón, allí en la ladera del San Justo se extiende a lo largo del valle un bonito hayedo en el que nos adentramos. 


Dentro de él están los restos de lo que fue en su día una gran haya, su aspecto nos dice que estuvo allí desde bastante antes de que el hayedo estuviese formado tal como lo vemos ahora, pues la altura de su copa no sobrepasa los cuatro o cinco metros, y sus tres ramas se abren casi en perpendicular (aunque una de ellas ahora yace en el suelo) lo que quiere decir que cuando creció tenia bastante espacio alrededor. Las ramas son bastante más gruesas que el resto de los troncos de la mayoría de hayas que forman este bosque y que tienen ya una altura muy por encima de la que tuvo este gigante.



Posiblemente este haya “observase” el valle hace 300 años, ahora está muerta como tal, y no sabemos cuantos años hará que murió, pero lo que está claro es que no se resigna a desaparecer.

Desde hace unos años venimos a visitarla y a admirar en lo que se ha convertido. Hemos observado que a lo largo de este tiempo no ha sufrido apenas variación, por lo que no sabemos el tiempo que llevaría así y tampoco lo que durará.

Toda ella está recubierta de musgo y líquenes entre los que brotan cantidad de setas que obviamente se alimentan de la madera muerta, por lo que posiblemente la hayamos conocido en la última fase de su existencia, pero esperamos que esta fase sea larga y nos siga regalando muchos años más la satisfacción de fotografiar tanto a ella como a toda la flora que mantiene.


Sus huéspedes más llamativos son las setas, no es que sean más bonitas que el resto, sino que destacan sobre el verde del musgo que cubre los restos del árbol como si se tratase de un traje.


Hay varias especies de hongos que se reparten diferentes zonas del tronco y de las ramas. Las que más destacan son varios grupos de Oudemansiella mucida, que nacen repartidas por todos los restos del árbol, y parecen talmente adornos de porcelana con su color crema brillante y sus láminas separadas; son como las joyas que adornan el traje de este árbol.


Por cierto que este traje tiene muchos “remiendos” formados por líquenes con unos colores que van desde un verde diferente al del musgo, a un gris que contrasta con él, y un marrón que quiere estar entre ambos. Son del género Lobaria, Parmelia y Leptogium respectivamente. 





Pero no son los únicos líquenes que viven en las paredes del árbol, también están las llamativas Cladonias con su forma de trompeta, y seguramente habrá alguno más que no hemos visto.


Volviendo a las setas, otro hongo que cubre las partes bajas del tronco son los Lycoperdon que nacen apretados entre ellos como queriendo aprovechar al máximo lo que les ofrece el árbol.


Lamentablemente mis conocimientos micológicos no llegan a diferenciar con exactitud éstas especies que vienen a continuación.




Creo que se trata de Micenas, Coprinus, y una clase de Marasmius (en la esquina superior de la foto anterior) pero no estoy seguro de sus apellidos, así que prefiero no ponerlos.

Hay otro hongo parecido a un liquen que cubre parte de las paredes del tronco, creo que se trata de un Merulius, por su aspecto y su color es bastante llamativo al destacar del verde que le rodea.


A la vista de las fotos se puede apreciar la biodiversidad que nos ofrecen los restos de este árbol que no se resigna a desaparecer y que después de muerto sigue dando cobijo y alimento a toda esta flora que lo decora y se mantiene gracias a él. 



Hemos pasado un año más un buen rato admirándole, y nos despedimos de él hasta el año que viene en que esperamos seguir disfrutando con su presencia.


Hasta la próxima.









2 comentarios:

  1. Precioso, eres un verdadero artista demostrada en tus fotografías de calidad extraordinaria, he visto varios de tus reportajes y estoy entusiasmado. Gracias por enseñarnos la naturaleza en sus múltiples facetas.

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